Utilizando la hipótesis del “Cerebro de Boltzmann” cabe la
posibilidad de que el universo sea un gran cerebro y que nosotros
habitemos solo en la memoria de un tiempo ya inexistente.
Quizá porque nunca se han dado a conocer
pruebas contundentes de vida fuera de la Tierra tendemos a considerar
al universo como un vasto espacio esencialmente inerte, lleno de
materia, de polvo cósmico, de cuerpos errabundos en perpetua y solitaria
trayectoria.
Sin embargo, esto en apariencia es solo
medianamente cierto, pues la vida en nuestro planeta se originó
justamente a partir de esa materia, y es de suponerse que en algún punto
existen estas u otras condiciones para que estas u otras formas de vida
surjan en otro punto del universo.
Lo curioso, sin embargo, es que cuando
según las leyes de la entropía el universo devenga un vacío gélido donde
no tenga lugar ninguna reacción de ningún tipo, es probable que esto
vuelva a suceder: que “postulado un plazo infinito” las pequeñas
partículas formen otras más grandes y estas a su vez otras más grandes y
así sucesivamente, en un amontonamiento aparentemente sin sentido que
en cierto momento podría tener un viraje diametralmente ridículo.
Ludwig Boltzmann, un físico austriaco
del siglo XIX, formuló un argumento conocido ahora como el “Cerebro de
Boltzmann” que postula, grosso modo, la idea de que las fluctuaciones
azarosas en el universo darán origen a una mente consciente de sí en
medio del caos. El físico explicó así por qué el universo muestra un
refinado grado de organización en sus estructuras.
Si Boltzmann tuvo razón vale la pena
preguntarse si dicho cerebro no ha emergido ya y si esto en lo que
vivimos no podría ser, por decir algo, la proyección consecutiva de sus
recuerdos, de un pasado ya inexistente y vivo solo en esa ubicua
memoria.
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